Muchos
de nosotros fuimos criados con gofio y leche de cabra recién ordeñada,
desde el biberón hasta La escudilla, sin rechistar ni dejar nada en El
plato. Usábamos pañales de tela y nos ponían crema para las manos en el
culito para no sollarnos. Cuando caminar solito se convertía en nuestro
mejor pasatiempo, nos llevaban para los campos o para las salinas, donde
aprendimos jugando a plantar los tomates y pepinos o a rastrillar la
sal seca para hacerlas montoncitos.
En casa no había TV, pero
siempre teníamos algún libro para leer que nos llevaba a viajar en las
aventuras con indios y vaqueros o la vida de algún naufrago dando a su
mejor amigo el nombre de Viernes. Cuando se acababa algún embalaje de
comida o nos hacíamos con pedazos de muebles, lo reciclábamos como
juguetes, buscábamos tachas dobladas en el suelo como si fueran pepitas
de oro, para poder montar nuestros ingenuos “games”, hasta que llegase
la temporada del trompo o los boliches, época que montábamos nuestras
batallas en virtuales campos de lucha.
Nuestras abuelas no tenían
su casa a prueba de niños, donde nos alimentaban con comida casera y
nos llevaban a las fiestas del pueblo donde nos lo pasábamos bien en
cualquier atracción o conociendo nuevos amigos. Cualquier bicicleta era
la envidia de los que no podíamos tener una, si conseguíamos una
prestada, éramos los amos del universo. Creci con valores de respetar,
ayudar y trabajar, incluso si nos llevábamos un "sonio en la oreja", no
nos sentíamos como pobres niños sin cariño, casi siempre era nuestra
inocente culpa de mal comportamiento.
En La escuela hacíamos
fila para entrar, para el recreo, para salir, todo en orden y siempre
con la mayor disciplina indisciplinada, nuestra ilusión era tener una
calculadora de mano, una caja de lápices de colores y todo tipo de
reglas para usar en clase. Nuestro pasatiempo era intercambiar cromos o
boliches, discutir por equipos de futbol o darnos envidia uno al otro
por haber visto la película de kung-fu del momento.
Nuestra
merienda podía ser pan con plátano, pan con chorizo o pan con pan,
comprar bollería era prohibitivo para nuestras 25 pesetas que a veces
conseguíamos para llevar a la escuela, todo estaba bueno y nos lo
acabábamos en dos saltos mortales de muelas, corríamos a las pequeñas
tiendas de aceite y vinagre para comprar helados de leche y coco rallado
o de leche con cola-cao.
Nos poníamos felices con los
experimentos que aprendíamos en la escuela, nos inventabamos redes
sociales con vasos de plástico unidos por un hilo, haciemos nuestros
aplicativos con tres piedritas de un color y otras tres de otro color
para jugar en cualquier sitio al “tres en raya”. Teníamos un ordenador
virtual jugando al “piedra, papel y tijera”. Cualquier cosa era buena
para intercambiar, incluso los 10 minutos en bicicleta prestada.
Nuestra madre nos enseñaba cocinar, lavar ropa, coser un boton, hacer La
cama y muchas otras cosas más, a veces con chancla en mano. Y no por
eso creíamos que éramos victimas de exploración infantil... nuestro
padre nos dejaba coger el volante del coche, sentado entre sus brazos,
eso si que era sentirse el amo. Como era de bueno dar envidia a tus
hermanos y primos, siempre y cuando no pasabas encima de algún agujero o
piedra de la carretera, porque ahí si que te volvías el “platero” de
las risas de todos ellos, aparte del cogotazo que te ganabas.
Y
no es por decir que tiempos anteriores fueron mejores, eso es un hecho.
Pero si poder decirles a los “NINI” que nuestros valores eran de carne y
hueso, sentíamos todo lo que hacíamos y el placer de descubrir nuestro
mundo de una forma natural y sobrevivimos.
Si esta historia te
hace recordar tu infancia, eres parte de la generación viva, sin
artificios. Si al contrario te sientes fuera de esa aventura de vida, te
deseo lo mejor para no intoxicarte con realidades virtuales,
artificiales de la vida actual. A veces ir a coger papas con tu familia o
amigos, en modo “pokemon-go” reactiva la aventura de vivir.
Comparte mi historia si eres de los que creen todavía en Orden, respeto,
disciplina, bondad, educación, obediencia y amor... Por un mundo donde
haya derechos y también deberes, de valores y solidaridad.
SI, ese "renacuajo" soy yo, con mi abuelo materno, Julio Valido Padrón, en su casa de San Roque, Telde. Yo claro está, me dedicaba a cuidar de sus cabras. entre 1966 - 1967
No hay comentarios:
Publicar un comentario