Mi experiencia próxima a la muerte.
Escribir este texto desde mi convalecencia después de salir del hospital, me
está ayudando a mantener lejos la depresión, no es que este negativo o mal
psicológicamente, pero evita que este llorando sin sentido, al final estoy vivo
y poco a poco saliendo adelante con la ayuda de mi mujer y de mi familia, tanto
la española como la brasileña. Las cuales me dan todo el apoyo y el cariño que
necesito.
Escribir me está ayudando a no olvidarme de que muchas personas estuvieron
atrás de mi salud, especialmente a los especialistas, médicos y enfermeras de
la UVI, del Hospital Santa Rita de la ciudad de Maringá, quienes cuidaron de
que yo me mantuviera vivo con tan poco margen de éxito.
Ahora en estos momentos es cuando se reflexiona y se ve las cosas con todos los
colores de la vida y no solo los que tu quieres, por decirlo de una forma
suave, porque la vida es dura y el que tiene que mantenerse en ella tiene que
luchar y ser agradecido por lo que se consigue, pero también es querer ser más
y no dejarse las oportunidades atrás, para que otros las luchen por ti.
El pasado día 2 de Junio comenzó mi lucha contra lo que nadie se imaginaba, al
infeccionarse uno de mis dedos del pie derecho, después de herirme en un
accidente casero y perder una uña. Yo pensaba que saldría otra y me curaba
rápido. Pero días más tarde tuve que irme al centro de urgencias donde me
informan que ese dedo lo tenía perdido y lo tendrían que amputar. La suerte fue
que me llevaron el mismo día al hospital Santa Rita y seria visto por un
cirujano especialista, ella confirma que el dedo tiene que ser amputado y ya
quedaba ingresado para la operación a realizar al día siguiente.
En estos casos, se requiere que el
cardiólogo, el anestesista, el cirujano y un montón de exámenes de sangre y
orina, aparte de radiografías sean efectuadas y que todos den el visto bueno
para efectuar la cirugía. Confirmado todos estos pasos, me fue retirado el dedo
y fui devuelto al cuarto para recuperarme de la anestesia epidural que fue la
escogida para la operación.
Al día siguiente comenzó lo complicado, me faltaba aire para respirar y me
estaba asfixiando como si los pulmones se hubiesen encogido dentro de mí mismo,
ahí saltaron todas las alarmas conmigo, comenzaron a ponerme oxigeno y a
hacerme más pruebas de sangre y radiografías, y yo me sentía morir. Fui llevado
al centro cirurgico de nuevo y yo gritaba que no podía respirar. Hasta ahí es
lo que recuerdo de esos días, lo demás es cuenta de lo que me fui enterando por
mi mujer y por los médicos, después de pasar más de dos semanas en la UVI del
hospital, luchando por vivir, me aplicaron un coma inducido, yo no era más, el
responsable de mi vida.
Los médicos le dieron a María unos documentos para firmar, porque el riesgo de
mi fallecimiento era del 80%, también le dijeron que tenía que informar a mi
familia en España para prepararse para lo peor. Yo no supe de nada, pero todos
se movilizaron para saber qué hacer dependiendo de lo que acontecería.
Los días de la UVI fueron días de pesadillas y de sueños que sin yo saberlo,
eran murallas del coma inducido para yo no saber que estaba ocurriendo con mi
cuerpo, que entro en infección generalizada, con pulmones, riñones y corazón
muy afectados, con hipertensión, diabetes y una traqueotomía para poder
mantenerme vivo con aparatos y sondas.
Yo no sabía quién me estaba cuidando, quien me estaba curando, quien me estaba
orando o quien me cogía la mano. María me dijo que hasta derrumbe aparatos que
tenía conectados, me quitaba sondas y me revolvía en aquel lecho de la UVI,
pero que yo me mantenía con la suerte a mi lado. En mis pesadillas, vi de todo,
viaje, sufrí terror, angustias y siempre era una pesadilla atrás de otra.
Cuando comencé a entrar en razón y ver trazos de realidad entre mis pesadillas,
había una circunstancia que me hacia implorar por agua, la sed. Horrible
sensación de sed que no acababa, a todos los que pasaban cerca de mi les pedía
agua. Sin voz y resoplando por la traqueotomía pedía agua sin parar, pero me
estaba prohibido beber agua y solo recibía algodones mojados en agua, hasta la
manguera de oxigeno comprimido goteaba agua, yo procuraba que cayese en mis
labios, me movía y llevaba bronca, intentaba acomodarme entre tanto aparato y
cama tipo “mecano” y ya tenía alguna enfermera a mi lado a ver si estaba
quitándome alguna sonda o haciendo alguna trastada para hacerme con agua.
Recuerdo que cuando abría los ojos durante mi despertar consciente. Miraba las
paredes y el techo de la UVI y observaba como mudaban de color, parecía papel
de pared estampados que se movían y cambiaban de color, me imaginaba que estaba
la muerte esperando recogerme entre tanto colorido. Ahora se que eran las
cortinas de algunas ventanas o reflejos del exterior que pasaban por las
ventanas y me hacían pensar así.
En algún momento de consciencia, uno de los médicos llego hasta mí, me hablaba,
me miraba con cara de preocupación y me dijo… “no contaba contigo, estaba casi
seguro que no saldrías de esta”. Después me observaba y me decía, “estas mejor,
lucha y ten paciencia”.
De noche me higienizaban y me cambiaban el pañal geriátrico que era mi única
vestimenta, lo demás eran sondas y parches conectados en mi piel a aparatos que
me controlaban. Yo volvía de mi coma muy despacio y mezclaba lo real con lo que
imaginaba, venían personas a verme y yo sin enterarme pero siempre implorado
por agua, que por alguna razón todos me la daban con un algodón húmedo, creo
que todos fueron informados que la tenía prohibida tomar por la boca.
Comencé a depararme que la manguera de oxigeno comprimido era más agradable por
darme un aire casi congelante, lo cual hacia más ameno el dormir y poder
mantenerme más en calma. Como no podía hablar, pedía a las enfermeras y a María
algo para escribir, más todo en vano, no tenia reflejos ni fuerzas. Preguntaba
donde estaba?, quienes eran aquellas personas?, porque escuchaba hablar en
otros idiomas?, porque estaba allí?, si era de día o de noche?. Y así comenzaba
a reintegrarme a la realidad, sin saber que todavía estaba con mi cerebro y mi
cuerpo lleno de medicación fuerte y que hacia mi despertar menos dolorosa y
bajo vigilancia.
Recuerdo oír lamentaciones, lloros, quejas, sonidos de aparatos y las enfermeras
hablando conmigo o tomando muestras de sangre o llevándose mi orina que salía
por la sonda colocada en mi uretra. Pero lo que más me emociona recordar es ver
llegar a mi mujer, que se pasaba el día entero trabajando, se pasaba el día
entero informando a la familia y de noche llegaba a mi lado, para darme el
cariño que necesitaba, yo estaba ya saliendo de mi inconsciencia pero estaba
muy débil y me dormía. Ella me hablaba de lo que mi familia estaba diciendo y
lo que ella les decía, por lo visto todo el mundo estaba preparando la
logística para que mi hijo me llevase de vuelta por muy pequeño que fuese el
paquete.
Ella fue el as más fuerte de mi juego, nunca desistió, nunca me dejo a mi
destino, así de este modo a final de junio fui dado de alta del hospital y
volví en ambulancia hasta casa, donde comencé a revitalizarme y con mucha
paciencia y ayuda de la familia, ahora es empezar a mejorar.
El ”aqua vitae” es tu propia fuerza vital, porque la vida es dura y el que
tiene que mantenerse en ella tiene que luchar y ser agradecido por lo que se
consigue, querer ser más y no dejarse las oportunidades atrás, para que otros
las luchen por ti. Gracias María por darme parte de tu lucha, gracias familia
por ser parte de mi lucha, gracias a todos aquellos que dieron parte de su
lucha para que yo pueda decirlo. Amo a todos.
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